MONOGRAFÍAS DE ARTE
SERIE AMERICANA - 4
COLECCIÓN DIRIGIDA
ATTILIO ROSSI
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PUERTO. (Colección Andrés Garmendia).
MONOGRAFÍAS DE ARTE
SERIE AMERICANA -4
JULIO J. CASAL
RAFAEL BARRADAS
3 2 láminas en negro
y una en color
NO A]
FOTOCOPIA!? j
EDITORIAL LOSADA, S. A.
BUENOS AIRES
Adquiridos Ies derechos exclusivos para
todos los países de lengua española
Queda hecho el depósito que
previene la ley núm. 11.723
Copyright by Editorial Losada, S. A.
Buenos Aires, 1949.
PRINTED IN ARGENTINA
IMPRESO EN LA ARGENTINA
RAFAEL BARRADAS
Desde niño su vida entra en la aventura del arte. Es
verdad que, en su adolescencia, cruza por la emoción, en
tinos y originales poemas; pero el dibujo y la pintura decretan
el verdadero camino por donde ha de ir su vocación.
Llega hasta su infancia el mensaje de Europa, llamán-
dolo para enseñarle lo que, para él. sólo es un sueño.
Lleva por instinto, el signo interior, su necesidad de
huir; y el mar le dicta su primer aprendizaje, descubrién-
dole su recóndita lección. Y es Milán, París, San Juan de
Luz, Madrid, Barcelona.
Su inquietud indaga y crea.
Huye de las Academias, renuncia a los grandes círculos.
Ama la pequeña, íntima vida de su casa, en donde
trabaja sin descanso, en la comprensión callada y fervo-
rosa de los suyos. Por el taller, como una sombra amada,
anda en silencio — tierno y gris — su madre.
Hasta después de su muerte, el Uruguay no supo darle
nada.
Muchos años de su vida, fueron de amarga sed y oscuro
pan. Y por aquel entonces su obra era, para la crítica espa-
ñola, de un valor a solas, inconfundible. Sin haber frecuen-
tado academias, sin más vigilancia que la de su propio es-
tudio y el conocimiento que le daba su sangre, Barradas
llegó a ocupar sitio de preferencia entre los que en Madrid
sabían de pintura.
Nos recordaba Eugenio d'Ors, que sólo existían en Ma-
drid tres personas con noción clara acerca de las orienta-
ciones del arte nuevo, y de las tres, ninguna española,
según la Constitución. Una de ellas era una dama aficio-
nada, de nacionalidad tudesca; otra, un crítico, polaco de
origen; la tercera, un pintor, el uruguayo Rafael Barradas.
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Decía José Francés que lo que en otros se envilecía o
vocingleaba, en Barradas adquirió una nobleza estética y
una profundidad mística conmovedora. Dió fondos y formas
al teatro, motivos a la fantasía infantil, normas al sacrificio
inteligente de los hombres. “Pudo, sin avergonzarse, vivir
bien de su arte. Prefirió vivir mal para mayor pureza de
su arte”.
Cuando su nombre sonaba religiosamente en tGda Euro-
pa. regresó al Uruguay. Quiso desatar el último latido de
su pecho, echándolo a volar por el cielo de su tierra.
El poeta Enrique Ricardo Garet nos allega el fervor
de su palabra, para hablarnos del inicial y trémulo pere-
grinaje por Europa de Rafael Barradas: “...Ahí suben al
barco dos jóvenes de maletín ligero y mirada distante. Es en
la bahía arremasada de Montevideo, un día del año 1912. El
barco se llama “Provenza”.
Uno de ellos era el tenor Médicis.
Otro de los jóvenes, de ávidos ojos negros, cabellos
lacios, actitudes desenvueltas y firmes, se llama Rafael
Barradas. Ambos se han contagiado el entusiasmo, y mar-
chan . . .
Tercera clase, amigos. La “tercera clase” tiene su tra-
dición heroica. En ella llegaron al Río de la Plata quienes,
en ambas márgenes, entroncados en la esencia misma de la
nacionalidad, en fusión de ideas y sangres, dieron a estos
pueblos grandeza y gloria. (Todavía no se ha escrito la
antología de proceres de la “Tercera Clase”). Pues bien, el
barco se va. Allí están las espaldas cuadradas, las mandí-
bulas tajantes, los ojos azules, la pipa soñolienta... Y las
cuerdas chirriantes, y los pies descalzos, y la línea fina
entre el cielo y el mar. El barco llega a Santos.
Pero sólo pueden descender para visitar la ciudad los
pasajeros de primera clase. Profunda decepción para quien
no tiene ni talento ni ingenio; aunque en tal caso tampoco
se tiene curiosidad. Pero no para nuestros dos hombres.
Barradas se acerca al empleado que vigila el descenso de los
pasajeros, y con indudable oportunidad y viveza, le toma un
apunte. Lápiz y papel en mano, procura ser visto, como al
acaso, en su función.
El buen hombre había sido trazado en forma instan-
tánea y magistral; y halagado y agradecido, sirvióse luego
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de una tramoya para permitir descender, ante el asombro
de los demás, a aquellos dos muchachos hermanados por
tantos vínculos. Así pudieron recorrer la ciudad.
Después... la fama del joven artista cundió de inme-
diato por el barco, circundándolo de una aureola de admira-
ción y simpatía, lo que le abrió las puertas de algunas
cosas que hubiéramos dicho huertos vedados. Pronto su mano
dibujó la mayoría de la tripulación, incluso al capitán del
barco, un francés dulcemente enfático, a quien Barradas en-
contró de inmediato, y en efecto lo tenía, un parecido
extraordinario con el actor argentino Parravicini. Pero a
quien primero retrató, no fué al capitán, sino al ayudante
del cocinero...
Tocan, por fin, Milán.
Allí Barradas expone un conjunto de dibujos, en los
que figura los hombres más eminentes del mundo musical:
Leoncavallo, Toscanini, Boito, Mascagni, Puccini. (Es en la ga-
lería de la Casa Odeón. En la sala de discos, donde echando
una moneda, como se hace en los bares automáticos, por
vía de auriculares, óyense las piezas que se piden por
numeración de catálogo).
Fué una extraordinaria muestra.
Con el producto de algunas adquisiciones, se dirigió a
París.
París. . .
Anduvo luego por ciudades de España — Barcelona, Valen-
cia, Madrid — , donde Rafael Barradas vivió y produjo;
donde encontró su clima e hizo su composición de lugar;
donde su vocación irresistible, ritual, desbordante, se plas-
mó en la realidad.
Barradas anda por Europa, recogiendo en su peregri-
nación elementos para decirnos su sensibilidad y sus . posi-
bilidades.
Tal vez de esta experiencia nace su amor a la origina-
lidad, su lenguaje de sorpresas. Aprende a andar solo, pero
a los lados de su camino, siguiéndolo, van todavía señales
de nombres que lo ayudaron con sus enseñanzas. Anda solo,
desde luego, mas durante largo tiempo, en su llama — aun
siendo del todo suya, creada por él — se ve un lejano res-
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plandor de otras luces. Y es solamente España la que da
a su memoria nuevas costumbres, y en su equilibrio apa-
rece el hombre dueño de un mundo que no se mueve sino
gobernado por su drama.
Es Barcelona la ciudad que ha de hacer brotar en él
una nueva vibración. Continuará viajando, pero esa raíz
de lo eterno que es España ya lo acompañará siempre. Lo
español le enseña algo más que disciplina: le acerca lo
ardiente de la disciplina, le da la exigencia, el misterio
y la intuición necesarios al poeta.
Ese sentido sobrio, esa técnica emocional que se pro-
duce en la obra de nuestro pintor, nace de Castilla, halla
en ella su virtud, y de su realidad se forma la tierra y ei
sueño de sus figuras.
En su serie “Los Magníficos” habla el dolor, la cla-
ridad, la pureza, lo imprevisto de España.
Hay algo más que el conocimiento y la seguridad con
que se hace la obra. La perfección siempre resultará fría,
si no lleva dentro la salud de lo “incorrecto lírico”, “el pudor
de la emoción”, o, lo que es lo mismo, del milagro.
Barradas pinta sus hombres de la taberna.
Y lo hace como quien ara la tierra, para que ésta lo
ayude a cosechar sus figuras. De ahí ese rumbo hacia lo
imperecedero que tienen. Recogió como verdadero pintor
lo humano de esa época. A su “Café de la Puerta de Ato-
cha” llegaban esos hombres. Traían lo revuelto, la pobreza,
ya el mundo desbaratado de sus aldeas. Sobre las mesas
caían las grandes manos, que así, exageradamente grandes,
tuvieron que ser para sostener la tierra sin Dios que se
les venía encima. Así de grandes para alcanzar algo del
trigo que se escapaba por paneras secretas. Así de grandes
para enfrentar fantasmas y poder convivir en la ternura de
los niños y la confianza de las bestias. Y en cada figura,
deteniéndose en ella, él daba una extraña visión de la
multitud. Llevando el fervor de su san-gre, su pintura des-
embocaba en el pueblo. Detrás del arriero, del campesino,
del cura de aldea, de todo aquel que sufre pena de hambre
y luz, estaba el pueblo. El pueblo de lo mágico, el que
desde su inocencia, interpreta la realidad más profunda,
pues para ello le alcanza con el espíritu y no quiere más
explicación que la del milagro.
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Cuando estaba afirmado, y su obra latía con el gesto
de lo perdurable, regresó a Montevideo. Lo habíamos re-
cibido echando a vuelo todas las campanas de nuestro al-
borozo. Y los poetas, los artistas, lograron que su tierra
le fuese diáfanamente musical y dulce. Venía a descansar
de su oscura y gloriosa jornada. Y le ofrecimos el hom-
bro de la fiesta de nuestro espíritu. Y así se durmió.
Reposo necesario. Viajar había sido el trabajo de toda
su vida.
Él anduvo por todos los caminos de la tierra y del
arte. Su anhelo indagador supo aprovechar el vuelo del
pájaro, el arco de la noche, la flecha del alba. Todos los
mares despertaron a su voz, y su barca nunca estuvo de-
masiado tiempo amarrada a la ribera.
Pienso en el mástil de su inquietud, que ha vibrado
entre las manos de todos los vientos. Me acuerdo de Milosz,
y digo a Barradas:
¡Ah! ¡Viejo parche de su corazón
en medio de los días!
Ya desde el libro Figueira se encaramaba sobre los
palotes, y cabalgando con la imaginación, se iba lejos.
Pintor de eternidad le ha llamado la crítica de España
Esta eternidad de sus figuras se ha realizado profunda y
dolorosamente. Ahí están sus últimos cuadros, en donde
el pintor parece que ha hecho voto de pobreza. Ha prescin-
dido de todo lo artificioso. Ni un solo momento ha anima-
do sus lienzos con el agua del brillo y de la aparatosidad.
No obstante, en el tono gris, y hasta en el agrio olor a ladrillo
de alguna de sus imágenes; ¡qué exaltación de luz, qué diá-
fana palpitación de energía y musicalidad!
Voto de pobreza, teniendo al alcance todos los elemen-
tos necesarios para ser llamativos, conocimiento hasta el
cansancio de todos los resortes de la elocuencia fácil, que no
descubre nada, pero que cautiva. Al hablar de esto, esta-
mos hablando de la pureza de Barradas. Si él hubiera que-
rido recoger el ambiente frívolo, ponerse a tono con el
espíritu adocenado de alguna revista, hubiera tenido siem-
pre una situación económica bien despejada. Pero él no
quiso saber nunca de ese aire malsano que alimentaba a
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los intelectuales. Prefirió ser puro. Antes de claudicar, es-
toico y obstinado, se aferró a su propia estimación y esco-
gió el triunfo problemático, a que había de conducirlo la
ternura de su arte.
Y se impuso.
La pintura no le guardó secretos. Se empacó con el
agua del clasicismo. Cubista, clownista — uno de los creado-
res del ultraísmo en España — , vibracionista, geómetra. Más
tarde, el franciscanismo le dió sus tonos grises, su sabidu-
ría de saber prescindir de las frondosidades literarias. Y
realizó sus lienzos de luz negra, esa luz negra que nos hace
pensar en la “Catedral Sumergida” de Debussy. Música que
se va hundiendo en un ritmo inasible, que no comprende
la comparsería callejera, a pesar de su imperativo de vita-
lidad. Esto ha sido siempre Barradas, un pintor vital. Y
siempre poeta. Sólo un poeta sabe apartarse de la literatura
de oficio y sumergirse en un río de emoción. El pintor
vulgar viste las cosas: él, pintor de lirismo, las desnuda.
Así es como él puede ir hacia adentro, cada vez más aden-
tro, hasta encontrarse. Así está el camino, ya la orientación
definida. Hay que saber recogerse para poder darse.
De los escritores y artistas que han definido la obra de
Barradas, queremos citar, entre los primeros, al maestro
Joaquín Torres García, que desde su Universalismo Cons-
tructivo, en una de sus lecciones, ha fijado el perfil de
nuestro pintor, recordándolo en el día en que llegó a su
lado: “Ante mí, tenía un espíritu. Otra manera de juzgar
de las cosas que los otros, clarividente, creación en el
hablar, plasticidad y calidad, forma. Pintura como la suya,
calidoscopio prodigioso, inagotable, mundos a descubrir iné-
ditos, y Barradas siempre: personalidad. Un artista de la
plástica, dando todo el valor substantivo a la palabra".
“Un día quise concretar el arte de Barradas, y nos
pusimos a definirlo bien; él hablaba y yo contestaba, pre-
guntando al mismo tiempo, y a veces, deteniéndonos a con-
siderar las cosas. El pintor ha mirado, sin fijar la atención,
varios objetos, hasta que su vista se detiene, fuertemente
interesada por uno de ellos. El porqué, será imposible de-
cirlo, pues el artista también lo ignora, pero no el hecho
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que seguirá después, inmediatamente: el buscar la asocia-
ción de emociones o sensaciones correspondientes a esa
primera, centro de una misma calidad o sabor plástico. E
inmediatamente, a esta primera asociación, seguirán otras,
como dentro de una escala propia de valores, buscando del
mismo modo sus correspondientes, y enlazándolos todos
en gradación. Tal rojo, que ha herido su sensibilidad, bus-
cará fatalmente su complementario en un verde de la mis-
ma intensidad; tal valor que representaría un 3 (dentro
de la escala) buscará de equilibrarse con otro 3. Los obje-
tos intermedios quedarán anulados o supeditados a los pri-
meros. El vibracionismo es, pues, cierto movimiento que
se determina fatalmente por el paso de una sensación de
color a otra correspondiente, siendo cada uno de estos acor-
des diversas notas de armonía, distintas, fundidas entre sí
por acordes más sordos, en gradación cada vez más opaca”.
“Otro aspecto: consideramos la forma geometrizadú. Tal
círculo está formado por una serie de ángulos, tal forma
irregular nos la da por un rectángulo, tal objeto estará
sólo iniciado: es que cada forma de esas buscará de com-
plementarse o rectificarse en el espectador , y así logra, algo
viviente, que no darían los objetos representados normal-
mente o completos. Consideremos el retrato: ¿Qué ha inte-
resado al pintor por encima de todo? Pues aquellas cosas
que reúne el individuo que le crean su ambiente especial ,
propio, no el parecido físico. Es decir, algo sobrerreal o
más real”.
En estas cortas notas, está todo el proceso de la pin-
tura (de entonces) de Barradas, pues ellos nos ponen en
la intimidad de su concepción plástica.
El glorioso maestro Torres García hubiera podido ha-
blar también del período de la luz negra, del clownismo,
de las composiciones populares místico-religiosas y demás
modalidades de Barradas; pero él prefirió evocar al pintor
de una época que vivieron juntos, de constante lucha y de
perpetuo estado emocional”.
Su sensibilidad exigía distintos lenguajes de poesía,
aunque su acento fuera siempre el mismo. A él le encan-
taba hacer sonar su tiempo en música de horas nuevas.
Su lámpara sensible para buscar su luz se adentraba
en comprometedores, por imprevistos, mundos de color y di-
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bujo. Su transición por ellos, dió más permanencia a su
obra.
Por su conocimiento a través de los recientes inventos,
puede retornar a su propia atmósfera y a esa profundidad
que nace del fervor de su aventura, a su expresión nerviosa
y, al mismo tiempo, enriquecida por la experiencia de peligro,
que ha dado nuevos cauces a su inteligencia. Por ese dejarse
ir en vientos insospechados, indagando de un lado para otro,
ha sabido encontrar, tal vez (en palabras de Guillermo de
Torre, para Attilio Rossi), “la clave dramática del arte vivo”.
Fué tal vez Barradas uno de los pocos pintores que hi-
cieron un cubismo propio, sin influencias. Aun en Alema-
nia, en donde las tendencias novísimas estaban tan arraiga-
das, el mismo expresionismo vivía influido por el cubismo
de Picasso y por el abstractismo de Kandinsky. El cubismo
de Barradas tiene algo de esa fuerza cósmica de “Los Va-
gabundos” de Segall, pero es más hondo todavía y está
realizado con una sana obsesión naturalista. En Barradas,
la realidad lo salvó siempre. Sus inspiraciones fantásticas
no pecan, por ejemplo, de esa demencia rítmica de la “Im-
provisación soñolienta” de Kandinsky, y en todos sus mo-
vimientos pictóricos, las figuras humanas adquieren tal re-
lieve, tal intensidad, que pensamos que si alguien ha in-
fluido en la modalidad del artista, no ha sido nunca un
pintor, y sí un poeta. Quizá acertaríamos si dijéramos el
nombre de Dostoiewski.
Nos sería fácil recurrir a cualquier historia del arte,
y recorrer las distintas épocas de la pintura europea, para
persuadirnos de que Barradas no tuvo un precedente de-
cidido.
Y decimos precedente decidido, con el temor de que al-
guien pueda ver influencia, donde sólo hay semejanza de
orientación.
Único, inconfundible. Espíritu investigador, sin perder
el contacto con la naturaleza, buscó siempre sus ritmos a
los cauces interiores. Por eso algunos de sus cuadros pare-
cen oscuros. La solución es facilísima. La realidad hace
como el verso clásico: “un poco turbia la cristal corriente”,
poique al cristal ha trepado el fondo. Y hay que empezar
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por ahí, por el fondo, entonces el cristal nos parecerá diá-
fano.
Así en poesía — la claridad difícil de que habla el
poeta Basso Maglio en “La Expresión Heroica”, las dos
fórmulas fundamentales: claridad fácil, verso vulgar — , cla-
ridad difícil; poesía. Eso se logra, no recogiendo frívola-
mente lo exterior, sino pensando dentro de uno mismo.
La figura de Barradas ha sido fielmente vista por al-
gunos escritores españoles. Manuel Abril nos habla de Ba-
rradas “cuando va por la vida mirando hacia el frente con
los ojos muy abiertos y unas gafas gruesas. Va, más aún
que abstraído, alucinado”.
“¿Qué mira Barradas? ¿Por qué marcha así como en
pos de algo, como si le hipnotizara una luz que delante de
él, fuese retrocediendo conforme él va avanzando, para ha-
cerle andar así como prendida la atención en una estrella
cercana e invisible? Barradas ve, ve siempre; pero no sólo
las cosas visibles, tiene que ver también las ideas que van
saltando en el magín, y que él dispara afuera para verlas
frente a sí, mientras camina en pos de ellas. Barradas va
mirando sin ver, porque lleva delante una teoría; va viendo
sin mirar, porque todo lo que pasa por delante de sus ga-
fas queda en el cristal de ellas, aunque Barradas no lo
mire, para que pueda verlo en el momento de crear”.
“Su caja de música le hace oír al oído del alma mien-
tras crea una armonía guatada y silenciosa de otro mundo
— música pitagórica quizá — ; por eso las figuras de los
cuadros mejores de Barradas parecen como litúrgicos y quie-
tos espectros esenciales, formas del ser, máscaras desnudas,
esfinges elocuentes del secreto.”
“¿Cómo determinar la filiación de Barradas? Se le ha
llamado vibracionista, planista, etc., y él mismo se ha bau-
tizado con apelativos más o menos esotéricos; pero nin-
guna de esas etiquetas da idea del mérito ni del tempera-
mento del autor. A veces descompone los cuerpos con arre-
glo al geometrizante y algebraico concepto cubista; otras
veces, en cambio, pone en práctica los principios futuristas
referentes a la dinamicidad y a la visión del mundo como
producto de fuerzas vivas que se compenetran y mantie-
nen un ritmo en perpetua actividad. En ocasiones dedica
toda la atención al paladeo del carácter material de las
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cosas, acusándolo con una substanciosa suculencia que des-
cubre al admirador de Cézanne; en ocasiones produce tam-
bién con el sintetismo y la desproporción propuesta de los
salvajistas «fauves».”
“Esta variedad no indica, empero, indecisión ni perso-
nalidad floja; por el contrario, tal vez proviene de abun-
dancia espiritual interior que rebosa de los límites, aún an-
gostos, de las escuelas modernas, todavía demasiado en for-
mación para que puedan ofrecer ya todo el ámbito que
requiere el desenvolvimiento desembarazado de una perso-
nalidad juvenil y exhuberante.”
La mirada de Francisco Alcántara supo también descu-
brir esa chispa de genio que ya de sus primeros pasos agi-
taba la obra del pintor. “Barradas ha expuesto en Madrid
ciertos cuadros, esquemáticos, cubistas, impresionistas y
carteleras representativas de la vida de los niños, que bas-
tan para llenar de luz gloriosa la vida de un hombre”.
Y Benjamín Jarnés, nos dió otro verdadero retrato de
Barradas:
“Su mesa es la de un mago alquimista que poseyese el
secreto de convertir la anécdota en categoría, el accidente
en substancia, bien lejano de las doctas y silenciosas biblio-
tecas donde el crítico cuyo cerebro se apoya en los infolios,
ordena sus pacientes casilleros. Es su mesa la del antiguo
oficiante del culto a la doble dimensión, ya renegado del rito
porque su lápiz abre surcos y sus gafas desnudan a los hom-
bres y a las cosas de todo superficial arabesco.”
El autor de Teoría del Zumbel nos habla también del
“Barradas ingenuo, niño, que supo hacer de su clara infan-
tilidad un valor excelentísimo y que aplicó este valor a una
peculiar y graciosa imaginería, cuya realización ocupó gran
parte de sus horas más fértiles. El juguete, el pliego de
aleluyas, el cuento infantil, ejercían sobre Barradas, un fe-
cundo atractivo”. “Sus gafas de estirpe metafísica descen-
dían de pronto a lo jovial y menudo, a la frágil arena
donde los niños alzan sus maravillosos alcázares. Y en esta
arena, mejor que sobre cumbres avistadas, producía el pin-
tor una encantadora mercancía. Allí surgían el hecho, gra-
to de ver, de tocar, de adquirir”.
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Por su parte, Guillermo de Torre, en una página de sus
Literaturas europeas de vanguardia, había definido así el
dinamismo espiritual de este pintor: “Barradas es la tipi-
ficación de la Inquietud con mayúscula, Barradas descom-
pone el amarillo de su rostro y el arco iris de su espíritu
a través del prisma de los doce meses del año, y de su boca
surtidor mana un verbo inquieto y desfogado que abre una
teoría distinta cada día. Tras el “vibracionismo”, el “clow-
nismo” y el “fakirismo”. Por ello Manuel Abril, que ha
codificado el texto de sus “ismos”, ha podido escribir, pi-
rueteando con el vocablo, que los “itsmos” de Barradas
dan paso a grandes continentes. Este pintor es, en suma,
como se ha dicho de Picasso, un encantador de objetos.
Los pesa, los mide, busca su estructura íntima y la tras-
posición de sus calidades materiales en atmósferas plás-
ticas”.
“Los pesa y los mide”, dice el creador de Hélices.
Nunca se podría traer para Barradas la protesta de
Picasso, al contemplar un cuadro impresionista: “En este
cuadro hay lluvia, hay árboles, hay casa, hay todo menos
pintura”.
En Barradas, ante todo, hablaba el pintor.
Bazzurro me recordaba una vez otra anécdota del gran
cubista.
“Si me pidiera consejo un pintor para pintar esa me-
sa, yo le diría: empiece por medirla”.
Y Barradas, medía la mesa, y después la pintaba. Y
después llevaba a todo, como decía Cari Gebhardt, su vida
propia. Toda su obra es de seguridad y precisión, pero
también de sorpresa.
De sorpresa y de heroísmo, diría Atalaya. “De serena
ternura que hace fosforecer todo lo que toca”. “Sorpresa
auroral de profundas resonancias, de una dulcedumbre que
nos penetra en las fibras más íntimas de nuestro ser”.
Barradas no escamoteó nunca su propia tragedia. Más
bien, la acrecentaba cada vez más. Cuando no sintió algo
que llevar a sus telas, supo acogerse en el silencio. Y estar
solo, que es .una m a ne ra, de estar siempre con la verdad.
Y con su fuego.
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Generalmente, entre nuestros pintores, no hay grandes
aciertos para el arte decorativo, ni para el dibujo lineal, y
menos aún, para la ilustración. Cuando entran en lo deco-
rativo llevan este arte a una expresión fría, retórica.
Barradas ya en lo más alto de su vida, cuando exige
un lugar de permanencia como pintor, no abandona la gra-
cia, la música del dibujo fino, que está en la ornamenta-
ción, que aspira sólo a eso y quedará porque no nace de
la oratoria o de lo circunstancial, sino que llega como todo
arte, desde dentro, con su expresión personal inédita.
Recordamos los libros españoles desde los que su dibujo,
clásico o vanguardista, impuso la calidad de su lenguaje y
lo mismo en las revistas: Grecia, Tableros, Ultra, Alfar. . .
En todas ellas el nombre de Barradas sostendrá la categoría
del dibujo, la plenitud de un arte, que no es inferior, cuan-
do sabe dársele el verdadero acento que exige y el exacto
clima de gracia y color, propio de su función.
Y acertó en el dibujo, en la ornamentación, porque aun
en los momentos de su arte más puro y difícil, estuvo siem-
pre en lo popular, donde el artista había de encontrar
la atmósfera cálida, nacida del mensaje del pueblo que le
acercará esa medida y ese equilibrio y ese acento mágico,
necesario para la creación.
Y, ¿Barradas como decorador? Ahí está el Teatro Esla-
va. Ahí está esa primera medalla de oro, en el Salón de
artes decorativos de París. Y esos libros de las editoriales
Estrella, Renacimiento. El poeta ha dado como ninguno una
visión exacta de la Rusia de Andréev, una gracia antigua de
la novela romántica francesa, y la intensa reciedumbre de la
poesía castellana.
Barradas, que se había embarcado en todas las ten-
dencias, siempre estuvo al lado del alma infantil. Y sus
cuentos, sus ilustraciones realizaron durante quince años,
el anhelo y la ternura del niño.
En Barradas, la evocación ha sido casi siempre tejida
con los claros hilos de los pasajes de su infancia.
Y él ha derramado toda esa poesía, todo ese misterio en
sus historias infantiles. De ahí el sencillo encanto de sus
poemas lineales.
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En sus dibujos para niños, se ve el humo de la música
del barrio natal; de ello fluye un familiar y alegre despertar
de campanas, y el cristal de su sueño se viste con un traje de
luz bulliciosa: la luz de sus domingos. El buen olor a pan
caliente de la palabra de su madre, que desde el alba, empe-
zaba a refrescar las sienes mitad blancas y negras de aquel
patio. Aquel alborozado enjambre de los colores de las
macetas de su casa, que salían a recibirlo, cuando llegaba del
colegio. La brisa de la voz del gallo que hinchaba la vela de
la barca del mediodía. . . Y en la siesta, el campo que lo lla-
maba con su voz más verde. El perfume de todas esas cosas,
alienta en sus dibujos infantiles. Con la luz de su pasado, ha
sabido encender la imaginación de los niños.
Afirma Gutiérrez Gilí que Barradas está en sus obras
lleno de tradición y de porvenir. “Pero su ideal es otro. Lucha
por convertir en expresión pictórica el inmenso anhelo de lo
porvenir y de lo pretérito, que quiere ser inmanencia eterna.
Pasajero de lo permanente, su cuadro predilecto sería aquel
que no tuviera precedente ni consecución. El cuadro sumo
de este pintor es, pues, la totalidad de sus diversos cuadros.
Rafael Barradas es un pintor de sensibilidad poética, de men-
talidad filosófica. La realidad sensible y pensante de su
mundo discurre por los ismos que han dirigido el orden zig-
zagueante de sus colores, elaborados en la artesa del cerebro,
sobre la lumbre del corazón”.
Al estudiar la pintura de Barradas nos encontramos ante
el enigma de lo que no tiene límite, de lo que no se aquieta
nunca, de lo que en una palabra, a pesar de su acento per-
sonal, podría desorientarnos. Él dominaba la visión clara, y
solía ser brumoso. Era constructivo y al mismo tiempo, des-
componía las piezas del mecanismo del arte. A veces, vislum-
braba sus motivos, como desde un éxtasis, diluidos en una
atmósfera de vaguedad. Y por momentos, veía todo tan clara-
mente, como si se hubiera restregado los ojos con esponjas
de luz, y fuese dueño de la mirada fuerte y matinal del
hombre primitivo.
Barradas salía diariamente a la pintura como quien sale
a la calle. La pintura era su ciudad y un día iba por los
barrios claros y suntuosos del ritmo clásico y a veces se
perdía en el laberinto de las callejas del cubismo.
17
| Barradas pinta la memoria uruguaya.
No hay en él la memoria de las dos orillas, recordadas
por Jorge Luis Borges en su estudio sobre Figari.
En el lenguaje de Barradas, vive la ciudad, el lejano
Montevideo, no con sus casas como palabra esencial, sino
como marco para que en él se mueva el pequen® mundo de
su gente.
Y tanto como la gente, las cosas. Por él volvemos a ver
aquellos escudos despintados — de lata — , abollados, que había
sobre los colegios de Misia Margarita. María Manrupe, Aurelia
Viera. “¡Qué perfume tienen estos nombres!” Nos decía, que
le parecía estar revolviendo el baúl de un hermano emigrante
— él mismo — “La pared de enfrente ¿qué cosa extraña tiene
la pared de enfrente, cuando somos pequeños — pasado
mañana?’’
En sus estampones leemos sus últimas cartas: Baños de
Urquiza, Guruyú, Palermo, La Leva, Punta Carretas, Aparicio
Saravia. . . El Buen Pastor. Volvemos a ver pasar la testa de
león de Roberto de las Carreras... San Román, Mazantini,
Don Tomás Claramunt, Vázquez Cores... Café Moka, Calle
Durazno, una farmacia, un buzón, dos niñas en un balcón
de mármol. . . y
olas que al llegar
plañideras muriendo a mis pies .
Y diciendo el nombre de los demás, bebiendo las viejas
cosas, saliendo a sus campos y a su mar, daba libertad a su
llanto y crecía en su fiesta de memorias.
Cuando el pintor llega a dar a su obra un acento cálido
que nos hace olvidar sus conocimientos, contagiándonos de
algo íntimo que nos aleja de la validez de la técnica, enton-
ces, estamos frente a la vitalidad, y al júbilo o la angustia
del verdadero creador. Él llevó a la pintura, como hubiera
llevado a cualquier otra manifestación del arte, aquello que
hace perdurar la obra: llevó su acento lírico. Sus modelos
no eran solamente el gesto, el color, el volumen. Él más que
todos veía la diafanidad de ese ambiente que percibe el poeta.
No siendo así ¿hubiera sufrido esa preocupación de pres-
18
cindir de su reconocida agilidad en dominar la materia, de
olvidar el dibujo?
Todas sus anteriores tentativas, no fueron nada más que
un pretexto, un ensayo para ir preparando el camino, para
que un día pudiera brotar lo suyo, lo que él llevaba dentro:
crear, dando a la vida la emoción del espíritu. Obra de arte,
desde luego, pero moviéndola desde un aire imaginativo,
rodeándola con un mundo poético.
Como pocos, Barrada conoce su oficio. Pero no se queda
en él. Lo lleva naturalmente, sin molestarle, por secretos de
luz, por climas de inocencia. Tal vez el oficio sea el que
sostiene el misterio de sus días, la ceniza de su soledad. Pero,
va tan identificado con su sueño, que el acierto de oficio y el
pecho de sueño no vibran nada más que en un idéntico latido.
El pintor ^José Cúneo, en su estudio sobre Barradas, trae
a menudo el recuerdo del Greco y nos dice:
“He citado varias veces al Greco, intencionalmente, porque
no hay ningún pintor en España, que se haya aproximado
tanto a él, como Barradas; tiene el mismo misticismo — un
poco humorista en Barradas — la misma exaltación interna
llena de dulzura, la misma intensa religiosidad.”
“Pero es en la parte pictórica donde está el mayor acerca-
miento; en la manera de producir la luz en el cuadro — entién-
dase bien la luz — la misma visión del mundo, el mismo ojo
para percibir las cosas penetrándose unas en otras.”
El misticismo de Barradas no vivía solamente en sus cua-
dros religiosos. En casi toda su obra ya andaba el sueño
del que desde la tierra da libertad a los ojos mirando hacia
arriba. Su Gaucho, piensa como su Cristo. La misma sabi-
duría, idéntico proceso de amor y llanto.
Y no nos referimos a esos cuadros místicos de Barradas,
donde según Basso Maglio, “no hay madonas dulces, ni santos
llenos de sangre, ni himnos de resurrección carnal, ni senti-
mentalismos de bajos martirios”. No, no es solamente ahí,
en lo que pudiera ser influencia de leyendas y realización de
viejas y religiosas formas, donde él aviva con una nueva luz
de poesía que tiende al artista un camino para que el oficio
no sea solamente oficio y unido al conocimiento de la emoción,
llegue a ser el pintor que puede hablar con la eternidad,
porque ya ha creído en el conocimiento del lenguaje humano.
Barradas es místico y lo es con idéntica fuerza, en el
19
resplandor que rodea la figura de su Cristo, lo mismo que en
ese ambiente de lejanía y misterio que se desprende del
Gaucho. Su Gaucho piensa como su Cristo. La misma sabi-
duría, idéntico proceso de amor y llanto.
Éste fué el pintor que quiso ante todo ser hombre. Última-
mente nos había emocionado con el silencio de sus cuadros
religiosos. En ellos no reposaba la frente del poeta. Al con-
trario. Se había despertado más que nunca, en afiebrada
investigación.
Y purificado cada vez más. En éxtasis de niebla, desde lo
hondo, acechaba y recogía la vibración mística. Con sus
últimos retratos, con sus paisajes nos confirmaba la creencia
de Hebbel, de que sueño y poesía son idénticos. Poesía y
sueño condujeron al pintor por los caminos de su impulso de
humanidad. Nada más humano que su misticismo. Su alma
vibró atormentada de misterio. Las grandes soledades de la
existencia giraron en torno de su preocupación. Perfección
de un nuevo ritmo logrado con el equilibrio de la madurez,
realizado a fuerza de mirarse hacia adentro. La luz de sus
cuadros es la luz de su espíritu.
El pintor ya había encontrado su verdadero amanecer: su
exaltación de arte puro. Y el arte puro es el camino de Dios.
Julio J. Casal
20
NOTA BIOGRAFICA
Rafael Pérez Barradas nació en Montevideo el 4 de enero
de 1890. Su padre D. Antonio Pérez Barradas fue pintor ; y su
maiíre es doña Santos Giménez. Ambos españoles.
A bordo del "Provenza” y en tercera clase , se embarcó en 1912
rumbo a Europa. Cuenta uno de sus biógrafos que el joven pintor
dedicó los días del viaje a dibujar a los tripulantes , con lo que
pudo obtener las ventajas de los pasajeros de "primera”.
Llegó a Milán y expuso en la Galería de la Casa Odeón una
serie de figuras del mundo musical de entonces.
Vivió temporalmente en Suiza y París. De allí pasó a Bur-
deos y Biarritz , San Juan de Luz y Barcelona y Madrid. En la capital
catalana fundó la escuela i ibracionista y expuso en las Galirías
Late tanas.
En España realizó lo mejor de su obra y siendo juzgada por
¡os críticos José Francés , Juan -de la Encina , Francisco Alcántara t
Eugenio d’Ors' Manuel Abril , Adolfo Salazar y Sebastián Gasch y
Adolphe de Falgairolle, Rafael Benet y Arturo Perucho , etc.
En 1925 fué premiado con diploma de ioonor y medalla de
oro en la Exposición Internacional de Arte en París. En 1927 ,
figurando en el Teatro Eslaia — dirigido por Gregorio Martínez
Sierra — , fué igualmente premiado en la exposición de la Villa
Reale de Monza y Italia.
Colaboró en la revista " Alfar ” , dirigida por el autor de esta
monografía. A ella estuvo identificado durante todo el período de
su aparición en Galicia , y los números de esa primera época de
la revista reflejan la constante inquietud de Barradas , su naci-
miento y culminación de artista total. >
21
En el Cafe del Erado y luego en el de Oriente , en Madrid ,
tenia lugar la tertulia literaria de la que era asiduo el gran pin-
tor, con la compañía fraterna de Benjamín ¡arnés. Garran, Fe-
derico García Lorca, Guillermo de Torre, Bruñel, Chabás y otros.
Regresó a Montevideo en noviembre de 192S. Murió el 12
de febrero de 1929.
Apenas llegó a su patria fue objeto de la adhesión cálida de
los artistas uruguayos. El poeta Vicente Basso Maglio escribió el
libro Tragedia de la Imagen, donde se estudia lo fundamental del
alma y del lenguaje de Barradas.
En años sucesivos se ha rendido a su memoria permanente
culto. La "Galería Barradas ” expone sus obras a la contemplación
de los amantes de la pintura.
En 7 930 sus obras fueron expuestas en la Galería de la Aso-
ciación Wagneriana de Buenos Aires.
EXPOSICIONES REALIZADAS
EUROPA
1915. Club de Zaragoza. Zaragoza.
1916. Galería Dalmau. Barcelona.
1917. Galería Dalmau. Barcelona.
1918. Galerías Laietanas. Barcelona.
1918. Librería Maten'. Madrid.
1920. Teatro Goya. Barcelona.
1920. Galería Dalmau. Barcelona.
1920. Ateneo. Madrid.
1921. Ateneo. Madrid.
1922. Exposición Conjunto de Pintores. Madrid.
1925. Exposición Artes Decorativos (con los pintores Fonta-
nals y Burmam) . París.
1925. Palacio del Retiro f Sociedad de Artistas Ibéricos. Madrid.
1926. Galería Dalmau. Exposición en Homenaje a Ramón.
Barcelona.
1927. Exposición correspondiente a 1927 y 1928. Barcelona.
1 928-1 929. La última exposición que dejó para ser inaugurada
en el período 1928-1929. Sitges , Barcelona.
23
AMÉRICA
/ 930. La Wagnrt ¡ana. Buenos Aires.
7 9 30. Ateneo. Montevideo.
19}1. Palacio Sarandi. Montei ideo.
7 934. Amigos del Arte. Buenos Aires.
19}4. Amigos del Arte. Montei ideo.
i 9} 4. Aiape. Montei ideo.
194 3. Club Católico. Montei ideo.
7 934. Galería barradas. Exposición Pirmancnte. Montei ideo.
24
CARTA DE BARRADAS
El verdadero destino de Barradas es el de la pintura, pero
un resplandor de poesía lo acompañó siempre, aunque se movió
dentro de ella valiéndose de su mundo de artista. Damos una
de sus cartas, en donde el pintor sabe ir libremente por lo íntimo,
y esa razón, única, por lo exaltado, del poeta.
En esta carta se verá su lenguaje más sentido, sus señales
líricas y su fidelidad a lo ardiente de la acción y del pensamiento,
que dieron a su vida inconfundible expresión creadora.
Al irse por esas carreteras el pintor ya había salido a bus-
carse, y a su lado el poeta iba despertando a su paso la atmósfera
viva y dramática de las cosas.
CARTA A MI HERMANO POETA JULIO J. CASAL
Madrid, 4/919.
Alguien silba afuera Es mi hora. Ya siento mi carruaje
rodar en la noche. Ya han tomado su fisonomía propia, esa som-
bra larga de esta botella (en esta botella yo tengo café que
voy poniendo de a poco en un cacharro, y lo voy calentando en un
viejo calentador de hoja de lata, que ya tiene personalidad ) ;
mi cacharro, mi botella, mi copa, ¡qué cosas buenas! y las som-
bras de estas cosas ¡qué íntimas!
Nuevos Horizontes, Julio J. Casal.
Julio, he recibido tu libro. Me has dado una alegría enorme.
¿Y tu carta? Tu carta de amigo grande, de amigo puro, ¡qué suer-
te tan extraordinaria el habernos encontrado ahora, cuando ya
25
hemos pasado los dos, el libro Figueira , cuando ya hemos
dejado tan lejos . nuestros palotes, en pintura yo, en literatura tú,
¡Yaguarón! Mira Julio que es raro eso de Yaguarón, como
Paysandú y Queguay y Guana (donde vivia una novia mía por
la cual me hubiera o quise suicidarme dos o tres docenas de ve-
ces . ) . Es algo raro entre burlón y nostálgico lo que me pasa (o
mejor) nos pasa con todas aquellas cosas tan lejanas que nos
producen una extraña melancolía, al igual que cuando hojeamos
esos álbumes (que parecen misales) donde nos encontramos con
fotografías, amarillas, borrosas, con un sabor de espiritismo y
allí vemos a nuestro abuelo con una americana ribeteada y un
chaleco abrochado casi en la nariz , y más atrás en otra hoja
que muestra un como parpatus vacío nos inquieta , al lado un
retrato de dos recién casados, ella con la cintura oprimida por
aquellos corsés (de cemento armado), él , con unos pantalones que
le forman como un acordeón de la rodilla hasta los zapatos muy
puntiagudos y estrechos que parecen dos martillos. Pues es algo
así . lo que nos pasa con nuestro pasado. Es que, a veces, pare-
ce que nunca hemos dejado de serlo. Es un extraño espejismo.
Es como en esos viejos retratos que tienen algo de burlón; pero
también algo misterioso, que parece hacernos reconocer a nos-
otros mismos, detrás del abuelo de nuestro abuelo . . .
Es el camino que la razón no reconoce; es algo así, como
nuestro ultra-pasado Todo esto, Julio, me encanta, es algo
así como si soñara . . . Conservo una quintaesencia de visión de
nuestras pasadas cosas , como la que tengo de algunas aldeas suizas,
que pasé una hora en ellas y luego abandoné; para seguir mi
viaje, siempre adelante.
Mis viajes, Julio, mis viajes . . . , mis viajes siempre sólo, siem-
pre sin dinero, siempre sin dinero y siempre solo, con mi sombra
larga delante o detrás de mí, con una sombra parecida a la de
esta botella, que me mira encantada . . . Nunca me esperó nadie
en ninguna estación, ni en ningún puerto, y esos brazos que se
abren en las estaciones y en los puertos, que se cierran y aprie-
tan ... a mi me hacían mucha falta, Julio, mucha falta. Hoy
26
ya los tengo ¡gracias a Dios!; Mi madre, mi hermane, mi mu-
jer y Julio!
Por donde más he rodado ha sido por. esta querida España.
Yo quiero mucho a España, casi, casi . . . más que a mi pais. En
mi país han sido muy indiferentes a mi esfuerzo; en mi país, yo
no intereso a nadie. El hecho de haberme formado o deformado
solo, sin ayuda de esas pensiones disparatadas que se dan en
nuestro país (?), el hecho inaudito archiinconcebible de que aún
no este tuberculoso ... no es lo suficiente para justificar el dere-
cho que tenía yo de pretender que “esa gente” de mi país, me
concedieran un pasaje de emigrante . . . para volver a mi patria,
allá por el 1915. Todos los amigos (?) que pasaban por mi lado
y que paseaban por Europa a cuenta del Gobierno, todos sin ex-
cepción, quedaban en hacer algo para mi regreso a la patria . . .
V hasta muchos se llevaron obras mías a cambio de un huevo
frito con patatas . . .
En fin, Julio, hoy gracias a Dios, he hallado consuelo per-
donando y sonriendo . . .
Julio, yo quisiera ilustrar algún trabajo tuyo.
Este poema El Afilador , de tu libro; yo soy amigo de un
afilador.
Sí, Julio, yo tuve un amigo afilador . . . cuando el hambre
me arrojo a las carreteras allá en el 1913. Yo me encontré con
el afilador en la polvorienta carretera de mi largo viaje de Barce-
lona a Madrid (que no pudo ser más que hasta Zaragoza).
Con el afilador había hecho el proyecto de venir a Madrid,
a pie por esas carreteras de Dios. Con él comí por esas posadas
y ventas y con él no comí muchas veces. Con él dormí en los
pajares y en los establos, junto a las patas de las caballerías . . .
con él me freí al sol y me engarrotaba con días plomizos. Con
él repartí el tabaco y mis impresiones de pintor de avanzada
(como nos llaman en París, aquí nos llaman bolchevikis . . .)
Pero el camino fué muy malo. En el mes de diciembre y buena
parte de enero, las carreteras son muy poco hospitalarias y de
trecho en trecho, recostados en los palos del telégrafo, los ogros
4 "“
27
acechan con mirada fosforeccntes y uñas como serruchos a los
caperucitas rojos . . .
Mis alpargatas y las de mi afilador se rompieron demasiado,
y dentro de las alpargatas, nos rompíamos nosotros, también de-
masiado y así fue que llegamos a Zaragoza, besamos el Pilar y ya
no pudimos más . . . , el afilador y yo acordamos pedir camas en
el Hospital de Santa Engracia y en la sala de San Virgilio ingresa-
mos resignados a pudrirnos en aquellas camas, donde se habrían
podrido ¡quién sabe cuántos! en aquellas camas numeradas y tan
solas a pesar de las 40 que las rodeaban.
Aquella tarde dormí mucho en mi cama 14, y cuando
desperté pude ver un albaran sobre mi cabeza con un marquito
de hoja de lata que decía: Rafael Pérez Barradas, nacionalidad
Uruguayo (Montevideo). Profesión pintor Vibracionista.
Más tarde un médico me l ió ... y luego ya ni a mí ni a mi
amigo el afilador, nos faltó tabaco, ni las sonrisas de una monjita
que se llamaba María, que era muy guapa, y que yo le discutía
al afilador, que era Colombina disfrazada de monja, y este decía
que era Santa Teresa de Jesús, por obra y gracia de la metem-
psicosis . . .
A los 20 o 2 5 días, Dios quiso, que nos pusiéramos buenos.
Colombina, digo, Santa Teresa de Jesús, nos dió para alpargatas
nuevas y para café ... y salimos del Hospital de Nuestra Señora
de Santa Engracia y nos metimos en el Café Moderno . . .
(Fue en este entonces cuando alguien que no seria nadie,
traduciendo mal un articulo que apareció en el "Heraldo de
Aragón", con motivo de un banquete que me ofreció un pelotón
de artistas y estudiantes, se corrió la noticia tragicómica que Ba-
rradas y su amigo el afilador habían muerto tuberculosos en el
Hospital de Zaragoza).
Julio, poeta hermano, aún vibro. Toma, dame un abrazo.
Luego del café Moderno yo y a no volví a la carretera; una
tras otra me bebí grandes cantidades de café, y fui pintando,
pintando mucho y mi obra me ligó a Zaragoza y a Colombina o
Santa Teresa de Jesús (según mi amigo) más de un año.
28
Mi afilador siguió carretera adelante. "Huraño el semblan-
te, la mirada hosca” y no había vuelto a saber nada de él, hasta
que ayer (¡cuál sería mi sorpresa!) me lo encontré en tu libro.
"Cuando arrastra el viejo carro de madera”.
¡Qué alegría me dió! Siempre igual, siempre como ayer.
Él también me reconoció y desde la página me pidió tabaco.
Yo le di tabaco y le di café y nos abrazamos y lloramos juntos,
lloramos y reímos todo a lo largo. . .
Yo también me alegro de haberme casado con una maña
"mucho buena”. Me casé en Zaragoza, a raíz de ese viaje de
que te hablé antes.
La Pilarica parecía que sonreía cuando di mi nombre
a una ex-pastorica, hija de pastores, nieta de pastores y bisnieta
de pastores . . . ¡Quién sabe si en el álbum de la familia de mi
mujer (suponiendo que pudiera tener esas fotografías amarillen-
tas, que cojo a manera de símbolo, quién sabe, digo, si resulta
que el 400 abuelo de los abuelos de mi mujer, como ese pastor,
hubiera sido uno de aquellos que bajaron de las montañas con
leche y miel para ofrecerlo al Divino hijito de la Pilarica allá en
Jerusalcm) .
BARRADAS.
T/c. León X ( 2 " Derecha)
Madrid, 191 9.
29
LÁMINAS
PAISAJE DE HOSPITALET, BARCELONA
I
LA MUJER DEL ARTISTA
1 1
-
LA ADORACIÓN DE LA NIÑA DE LOS PATOS.
ut
NIÑA DE PRIMERA COMUNIÓN.
IV
CASTELLANOS.
V
AUTORRETRATO.
mgngmm i
GAUCHOS.
V I I
i
PAISAJE DE CORNELLIAD, BARCELONA.
VIII
tmmmá
JESÚS.
IX
RETRATO DEL HERMANO DEL ARTISTA.
X
HOMBRE EN EL CAFÉ DE ATOCHA, MADRID.
X I
ADORACIÓN DE SAN JOSÉ AL NIÑO.
HUIDA A EGIPTO.
XII 1
RETRATO DE LA MADRE DEL PINTOR.
X I V
MOLINERO DE ARAGÓN
XV
ESTAMPA DE 1900 LOS DRAGONES.
X V I
HOMBRE EN EL CAFÉ.
VIRGEN.
XVIII
LA MUJER DEL PINTOR.
XIX
MARINERO DE SAN JUAN DE LUZ.
mmñ
XX
EL GAUCHO.
XX I
POSADA
XXII
CALLE DE HOSPÍTALET, BARCELONA.
X X l 1 l
LA FAMILIA DEL PINTOR.
MUJER DE LA LÁMPARA.
*
X x V
1 A PUFRTA DE ATOCHA, MADRID.
XXVI
COCHERO.
X X V I I
CAFÉ DE PUERTO lEsUmpat.
X X V I I I
PATIO (Estampa).
XXIX
FIGURA.
XXX
FEDERICO GARCÍA LORCA (Caricatura).
V v
X \ \ 1
MARINERO DE SAN JUAN DE LUZ (Dibujo)
X X X I 1
Terminóse Je imprimir el
2H Je Jiciembre Je 1V49
en los Tulleres Gráficos
VIGOR
Ahina 373 • Buenos Aires